domingo, 24 de abril de 2016

Tras la emergencia

El país está atravesando una de las emergencias más graves de las últimas décadas, nos ha dejado desgarrados: se han perdido muchas vidas humanas, hay miles de heridos y muchos miles más de desplazados. Aparte de las pérdidas económicas y de infraestructura que se han dado. Entre las muestras de solidaridad y urgencias, nos quedan muchas lecciones que aprender: algunas, a nivel institucional, y otras en su mayoría (y más importantes) para la sociedad en su conjunto.

Es prioritario el reconocimiento de la situación, es decir, saber diferenciar que en la ocurrencia de una catástrofe existen varios momentos: el antes, que tiene duración continua y nos permite prepararnos para saber qué hacer ante una emergencia, para lo cual es importante conocer nuestro territorio, reconocer nuestras vulnerabilidades (riesgos y condiciones de seguridad) y planificar en diferentes niveles que hacer ante un desastre (planes de contingencia a nivel familiar, laboral y barrial). El durante, donde se activan todos los procedimientos diseñados en la medida de lo posible, pues ante una situación de pánico tendemos a actuar instintivamente, debido a ello, esta etapa debe ser permanente de modo que se naturalice como una respuesta reflejo (no basta con 2 o 3 simulacros al año). Y el después, es cuando se plantearán procesos de recuperación material y (re)configuración de relaciones sociales en las zonas afectadas: la reconstrucción.

Con catástrofes de esta magnitud, la sociedad ecuatoriana se ve involucrada de manera directa, en mayor o menor medida, por lo que es importante también identificar el rol que cumplimos respecto a la emergencia: afectados, que son las personas que han vivido la situación de forma directa en diferentes grados de afectación. Los no afectados, son las personas cuya cotidianeidad no se ha visto interrumpida o variada de forma sustantiva ante el desastre, y finalmente los voluntarios, que somos las personas que, cumpliendo diferentes roles, aportan sea en la atención de la emergencia o en la reconstrucción.

La reconstrucción es el momento cuando se requiere el aporte de todos y todas. Si bien en la atención de la emergencia se activan las instituciones del estado central, gobiernos locales, la sociedad civil (iglesia, movimiento social, ONGs) e iniciativas ciudadanas, poco a poco ese ímpetu de solidaridad y empatía se diluye. Se puede asumir varias razones para que esto ocurra; la “novedad” se naturaliza en las personas, la superación de alarma disminuye la empatía con los afectados, y finalmente en nuestro caso específico las decisiones del poder público incomodan a ciertos sectores que influyendo en la opinión pública por medios de comunicación y redes sociales permean (y amplifican?) su malestar, o por la inmensa cantidad de información que circula en estos días. Sean cuales sean las razones en lo concreto, la atención ciudadana a la catástrofe merma, y hace que en lo sucesivo la presión de ésta recaiga principalmente sobre el Estado.

Desde luego, el Estado no es el único actor que “debería” estar presente en lo sucesivo. Incluso, no debe ser el único actor a cargo de la atención. No es difícil pensar que la tragedia es inevitable, pero que sus consecuencias son mitigables con; regulaciones, controles y seguimiento como normas de construcción, por citar un ejemplo. No pensamos que una sociedad más preparada para afrontar catástrofes es solamente la que tiene individuos “entrenados” para actuar ante ella. Nos referimos a las relaciones sociales previas y posteriores al evento. Las personas que se ven afectadas directamente durante la emergencia, pueden reaccionar de mejor manera si se ha establecido formas de organización previas. El debate no reside si “crear” o no  “comités de emergencia”, sino en cómo y por qué introducir la gestión de riesgos en las agendas de las organizaciones sociales.

Para nosotros la organización social en sus múltiples, variadas y a veces contradictorias expresiones, no solo es un mecanismo de respuesta y prevención de desgracias, sino un modo de entender la vida, un modo de vivir. Ya que permite no solo aupar a personas con intereses similares (sociedades científicas), sino con condiciones similares (barriales), filosofías comunes (partidos) y demás. Pero sobre todo son espacios en los que, la posibilidad de “hacer algo” se concreta y cobra fuerza, y  fundamentalmente, en casos como este, puede hacer cosas quizás de mejor manera que el Estado y otros actores no organizados lo han hecho.

Pensemos por ejemplo en la provisión de alimentos: se pudiesen gestionar por medio de entrega de kits donados por la ciudadanía y distribuidos por el estado. Asimismo, se podría “contratar” a una empresa que lo haga. Y también, pudiésemos, por ejemplo, instalar “comedores populares” que desde algún espacio organizativo pudiese, no solo cumplir con el objetivo central (alimentar), sino también fomentar espacios de convivencia más humanizados, en donde se rompen las rígidas relaciones “víctima-salvador” o “consumidor-proveedor”, sino que hay relaciones más horizontales, directas y cálidas.

Sí, para nosotros el trabajo voluntario, es hacer algo por el hecho de creer en ello y no porque haya un intercambio monetario, es una de las formas más efectivas de creer en uno mismo y en la sociedad al mismo tiempo. Cuando uno da parte del tiempo en el que podría estar haciendo “cualquier otra cosa” a cambio de ayudar a su semejante, entonces está construyendo su personalidad absorbiendo más visiones de vida, conociendo personas, ayudando mientras hace que los costos monetarios destinados a pago de salarios se puedan destinar a otras cosas (compra de insumos, por ejemplo) y aportar a construir una sociedad más solidaria y justa: ¿cómo no ser solidario con quienes tengo cerca?

No hace falta ser parte de las instituciones estatales para aportar, lo sabemos. Pero sobretodo, no es la voluntad individual la más efectiva para aportar en esta y otras situaciones. Es entonces cuando las contribuciones colectivas, permiten desde la pluralidad apoyar a las instituciones para que su trabajo sea más efectivo (armando kits y no solo dejando la donación) o atendiendo cuestiones, que por falta de cercanía o “prioridades” el Estado no puede atender.

La ayuda, la debemos brindar sostenidamente, pero no solo “regalando cosas” hoy más que nunca nuestra sociedad, necesita de visiones que nos permitan estar más cercanos. Entender que el aporte no debe ser en el narcisista acto de tomarse fotos o comunicar a los demás que “estoy ahí”, sino de ponernos en el lugar de los afectados y tratar de contribuir a que su nueva normalidad sea mejor que antes: que en unos años no solo haya escuela, sino profesores alegres y comprometidos. Que en unos años no solo hayan vías nuevamente, sino, un espacio público que integre a las personas para vivir juntos. Y porque no, de que las organizaciones sociales, se pongan de acuerdo entre sí para hacer eficiente y no solo retorico su compromiso y encuentren, en los múltiples formatos que tiene, la mejor forma de acompañar este nuevo comienzo. Brigada? Comité de usuarios? Veeduría? Movimiento? Gremio? Todos!


Dentro de una de las reflexiones más importantes en momentos de desastre y destrucción es que nunca se perderán las esperanzas de seguir viviendo, de seguir luchando, de levantarse sobre las cenizas, viendo a esas personas que a pesar de haberlo perdido todo, no se rinden, luchan por su familia, por su tierra, por su vida y es esto lo que permite que la sociedad dentro de su concepto más esencial, se ilumine y reluzca de sobre cualquier aspecto negativo de su definición. Tras la tragedia: la reconstrucción colectiva

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