Tras
la emergencia
El país está
atravesando una de las emergencias más graves de las últimas décadas, nos ha
dejado desgarrados: se han perdido muchas vidas humanas, hay miles de heridos y
muchos miles más de desplazados. Aparte de las pérdidas económicas y de
infraestructura que se han dado. Entre las muestras de solidaridad y urgencias,
nos quedan muchas lecciones que aprender: algunas, a nivel institucional, y
otras en su mayoría (y más importantes) para la sociedad en su conjunto.
Es prioritario
el reconocimiento de la situación, es decir, saber diferenciar que en la
ocurrencia de una catástrofe existen varios momentos: el antes, que tiene duración continua y nos permite prepararnos para
saber qué hacer ante una emergencia, para lo cual es importante conocer nuestro
territorio, reconocer nuestras vulnerabilidades (riesgos y condiciones de
seguridad) y planificar en diferentes niveles que hacer ante un desastre
(planes de contingencia a nivel familiar, laboral y barrial). El durante, donde se activan todos los
procedimientos diseñados en la medida de lo posible, pues ante una situación de
pánico tendemos a actuar instintivamente, debido a ello, esta etapa debe ser
permanente de modo que se naturalice como una respuesta reflejo (no basta con 2
o 3 simulacros al año). Y el después,
es cuando se plantearán procesos de recuperación material y (re)configuración
de relaciones sociales en las zonas afectadas: la reconstrucción.
Con
catástrofes de esta magnitud, la sociedad ecuatoriana se ve involucrada de
manera directa, en mayor o menor medida, por lo que es importante también
identificar el rol que cumplimos respecto a la emergencia: afectados, que son las personas que han vivido la situación de
forma directa en diferentes grados de afectación. Los no afectados, son las personas cuya cotidianeidad no se ha visto
interrumpida o variada de forma sustantiva ante el desastre, y finalmente los voluntarios, que somos las personas que, cumpliendo diferentes roles, aportan sea en
la atención de la emergencia o en la
reconstrucción.
La reconstrucción es el momento cuando se
requiere el aporte de todos y todas. Si bien en la atención de la emergencia se
activan las instituciones del estado central, gobiernos locales, la sociedad
civil (iglesia, movimiento social, ONGs) e iniciativas ciudadanas, poco a poco
ese ímpetu de solidaridad y empatía se diluye. Se puede asumir varias razones
para que esto ocurra; la “novedad” se naturaliza en las personas, la superación
de alarma disminuye la empatía con los afectados, y finalmente en nuestro caso específico
las decisiones del poder público incomodan a ciertos sectores que influyendo en
la opinión pública por medios de comunicación y redes sociales permean (y
amplifican?) su malestar, o por la inmensa cantidad de información que circula
en estos días. Sean cuales sean las razones en lo concreto, la atención
ciudadana a la catástrofe merma, y hace que en lo sucesivo la presión de ésta
recaiga principalmente sobre el Estado.
Desde
luego, el Estado no es el único actor que “debería” estar presente en lo
sucesivo. Incluso, no debe ser el único actor a cargo de la atención. No es
difícil pensar que la tragedia es inevitable, pero que sus consecuencias son
mitigables con; regulaciones, controles y seguimiento como normas de
construcción, por citar un ejemplo. No pensamos que una sociedad más preparada
para afrontar catástrofes es solamente la que tiene individuos “entrenados”
para actuar ante ella. Nos referimos a las relaciones sociales previas y
posteriores al evento. Las personas que se ven afectadas directamente durante
la emergencia, pueden reaccionar de mejor manera si se ha establecido formas de
organización previas. El debate no reside si “crear” o no “comités de emergencia”, sino en cómo y por
qué introducir la gestión de riesgos en las agendas de las organizaciones
sociales.
Para
nosotros la organización social en sus múltiples, variadas y a veces
contradictorias expresiones, no solo es un mecanismo de respuesta y prevención
de desgracias, sino un modo de entender la vida, un modo de vivir. Ya que
permite no solo aupar a personas con intereses similares (sociedades
científicas), sino con condiciones similares (barriales), filosofías comunes
(partidos) y demás. Pero sobre todo son espacios en los que, la posibilidad de
“hacer algo” se concreta y cobra fuerza, y
fundamentalmente, en casos como este, puede hacer cosas quizás de mejor
manera que el Estado y otros actores no organizados lo han hecho.
Pensemos
por ejemplo en la provisión de alimentos: se pudiesen gestionar por medio de
entrega de kits donados por la ciudadanía y distribuidos por el estado.
Asimismo, se podría “contratar” a una empresa que lo haga. Y también,
pudiésemos, por ejemplo, instalar “comedores populares” que desde algún espacio
organizativo pudiese, no solo cumplir con el objetivo central (alimentar), sino
también fomentar espacios de convivencia más humanizados, en donde se rompen
las rígidas relaciones “víctima-salvador” o “consumidor-proveedor”, sino que
hay relaciones más horizontales, directas y cálidas.
Sí, para
nosotros el trabajo voluntario, es hacer algo por el hecho de creer en ello y
no porque haya un intercambio monetario, es una de las formas más efectivas de
creer en uno mismo y en la sociedad al mismo tiempo. Cuando uno da parte del
tiempo en el que podría estar haciendo “cualquier otra cosa” a cambio de ayudar
a su semejante, entonces está construyendo su personalidad absorbiendo más
visiones de vida, conociendo personas, ayudando mientras hace que los costos
monetarios destinados a pago de salarios se puedan destinar a otras cosas
(compra de insumos, por ejemplo) y aportar a construir una sociedad más
solidaria y justa: ¿cómo no ser solidario con quienes tengo cerca?
No hace falta
ser parte de las instituciones estatales para aportar, lo sabemos. Pero
sobretodo, no es la voluntad individual la más efectiva para aportar en esta y
otras situaciones. Es entonces cuando las contribuciones colectivas, permiten
desde la pluralidad apoyar a las instituciones para que su trabajo sea más
efectivo (armando kits y no solo dejando la donación) o atendiendo cuestiones,
que por falta de cercanía o “prioridades” el Estado no puede atender.
La ayuda, la
debemos brindar sostenidamente, pero no solo “regalando cosas” hoy más que
nunca nuestra sociedad, necesita de visiones que nos permitan estar más
cercanos. Entender que el aporte no debe ser en el narcisista acto de tomarse
fotos o comunicar a los demás que “estoy ahí”, sino de ponernos en el lugar de
los afectados y tratar de contribuir a que su nueva normalidad sea mejor que antes:
que en unos años no solo haya escuela, sino profesores alegres y comprometidos.
Que en unos años no solo hayan vías nuevamente, sino, un espacio público que
integre a las personas para vivir juntos. Y porque no, de que las
organizaciones sociales, se pongan de acuerdo entre sí para hacer eficiente y
no solo retorico su compromiso y encuentren, en los múltiples formatos que
tiene, la mejor forma de acompañar este nuevo comienzo. Brigada? Comité de
usuarios? Veeduría? Movimiento? Gremio? Todos!
Dentro de una
de las reflexiones más importantes en momentos de desastre y destrucción es que
nunca se perderán las esperanzas de seguir viviendo, de seguir luchando, de
levantarse sobre las cenizas, viendo a esas personas que a pesar de haberlo
perdido todo, no se rinden, luchan por su familia, por su tierra, por su vida y
es esto lo que permite que la sociedad dentro de su concepto más esencial, se
ilumine y reluzca de sobre cualquier aspecto negativo de su definición. Tras la
tragedia: la reconstrucción colectiva